“Siempre he estado con las cabras, no he hecho otra cosa”

“Siempre he estado con las cabras, no he hecho otra cosa”

En la Asociación de Criadores de cabras de raza Palmera queremos mostrar las historias que hay detrás de nuestra raza autóctona en peligro de extinción. Historias de vida, como la de Isael Antonio Pérez Lorenzo, de 67 años. Ganadero de la Asociación desde 2007, su mujer, Elva Esther Pérez, es ahora la titular de la ganadería que cuenta con 80 cabras de raza Palmera en Garafía.

 Isael tenía 14 años cuando se fue a cuidar una manada, con su hermano, en Garafía. Con su rebaño de cabras Palmeras iban a la cumbre y a la costa, donde pasaban la mayor parte del tiempo, en las medianías estaban pocos periodos. 

Este sistema cumbre-costa en la isla de La Palma, ya nos lo explicó Juan Capote con motivo del 30ª aniversario del vídeo La Cabra Palmera: de la cumbre a la costa:

“Las cabras en invierno y el final del otoño estaban en la costa, donde el pasto crece tempranamente. Se llevaban justo antes de parir y allí desarrollaban casi toda su lactación, que entonces era algo más corta que la actual. El queso se elaboraba cerca del corral, pudiendo ser en la misma casa del ganadero. Al final de la lactación, después de haber soltado en el rebaño a los “chivatos”, los animales subían a las cumbres porque los pastos de costa se habían agostado y allí había vegetación arbustiva con gran cantidad de nutrientes, principalmente codesos (Adenocarpus), pero también con un alcaloide que producía una mortalidad perinatal de casi del 100%. Ellos sabían que ese año perderían a la recría y por eso se dejaban parte de las cabras en la costa o medianía otro año, para mantener la dimensión del rebaño. Se perdían los cabritos pero las cabras entraban en lactación con muy buena condición corporal. Aquellas manadas saludables tenían un bajo índice de reposición. En la cumbre cada cabrero tenía una “morada”, que se transmitía de generación en generación, a pesar de que el monte era público. Generalmente era una cueva, junto a un rústico corral, donde pastor y cabras descansaban y donde se elaboraban los últimos y escasos quesos del año”

Isael estuvo un año con esta manada hasta que pudo comenzar con sus propias cabras. Siempre estaba arriba, en la cumbre, y no iba a la costa con su propio rebaño, ya que eran poquitas. En invierno, sí lo pasaba en medianía. Su vida no se entiende sin las cabras: toda su vida ha estado ligado a ellas, a pesar de tener periodos donde no pudo dedicarse al oficio, como la “época inglesa” a la que se refiere trabajando como cocinero y su paso por el cuartel: 

“Siempre con las cabras… Tuve una época inglesa, medio año en Inglaterra, antes de ir al cuartel. Me volví porque aquello no me gustaba. Luego tuve el cuartel y desde que salí de allí, siempre con las cabras, no he hecho otra cosa.”

Antonio nos explica cómo era el día a día en la Cumbre, la zona por la que se movía con el rebaño, y le fuego que hubo en el año 75: 

“Allá arriba todos nos conocíamos. Desde Tijarafe hasta Barlovento. cada uno tenía su morada por donde estaban sus cabras. En Roque de los Muchachos, yo me quedaba debajo de las residencias (lugar donde se alojan los trabajadores del astrofísico), estuve en la que está al pie de los espejos (se refiere al telescopio), allí estuve un año con las cabras, el año del fuego del 75, ese año tenía poquitas cabras. Con el fuego tuvimos que quedarnos arriba, en la cueva de Flaires, allí dormíamos 7-8 cabreros. El fuego salió de Los Sauces y llegó hasta Puntagorda. Las cabras estaban arriba protegidas, porque el fuego, por el viento, caminaba hacia abajo.”

Cuando le preguntamos a Isael acerca de la raza, nos responde acerca de la importancia de su rusticidad y de adaptación a la isla: 

“No siempre tuve Cabra Palmera, los tres años que estuve trabajando en una granja de caprino en Tenerife, eran cabras Canarias. Pero esas cabras aquí no sirven, no es zona para ellas, no están adaptadas al clima ni a la orografía palmera. Ya sabe, cada cosa con lo suyo.”

Cabrero de toda la vida, viene la nostalgia de otros tiempos cuando le preguntamos si echa de menos la Cumbre:

“Ay, sí, mucho…Cuando ordeñaba las cabras y las echaba por esos caminos, daba gusto verlas. despacito, por ahí, comiendo… Lo hablaba el otro día con un amigo, eso sí lo añoro yo, cuando uno miraba sus cabras y las veías tranquilitas, comiendo, cuando te asomabas a la sierra, como iban por los riscos, las veías en grupos de 4 o 5 en esas calderas. Pero decían que eso estropeaba la naturaleza, cuando yo creo que todo aquello era naturaleza. A mí me parecía bonito ir a la sierra y ver un chivato allí o escuchar las cencerras, y no escuchar coches arriba y abajo que es lo que se ve ahora. Y cercos metiendo plantitas que no son las autóctonas de allí. Allí estaba el codeso, no las hierbas que están sembrando ahora… se las comían las cabras antes. El queso lo hacíamos en las moradas. Antes de estar la carretera, iba con un hatillo a buscar el queso, con la mula. Teníamos dos cajones donde iban los quesos y después se vendían: para Tenerife iba el queso más chico, el bueno sin ahumar, el de manada, iba para Las Palmas”

Isael, aunque está jubilado, sigue pegado a las cabras: “Aprovecho el tiempo tomando el sol, sigo echando una mano, siempre hay algo que hacer.”