Hablamos con Máximo Rodríguez, el criador más antiguo de la Asociación de Criadores de Cabras Palmeras y José Eduardo Rodríguez Cruz, el más joven.
Sin saberlo, nos encontramos con Máximo Rodríguez Pérez en sus últimos días como ganadero activo. Uno de los cabreros más antiguos de La Cumbre de Tijarafe, Puntagorda y Garafía, fue pastor prácticamente desde niño, cumplió los 14 años en Los Charcos, en Fuencaliente, lugar al que se refiere como “la única universidad que tuve”.
Soy uno de los cabreros más viejos que quedan en La Cumbre
Máximo lleva 60 años cuidando cabras, toda una vida. Pastor desde los 14 años, cumple 6 décadas dedicándose a su rebaño de cabras palmeras. El día que charlamos con él nos enseña sus últimas 17 cabras. Siempre ha tenido cabras de la raza Palmera, porque son las que más le gustan y las más adaptadas al territorio y al clima. Nos habla con nostalgia de sus días como pastor en La Cumbre, donde las cabras pasaban prácticamente todo el año. Si conseguía un “poquito de costa” (antes al estar todo cultivado era complicado encontrar una zona donde las cabras pudieran pastar y pasar el invierno), las llevaba parte del invierno al mar. Todos los marzos se dirigían de nuevo arriba. Recuerda esos inviernos con un frío y una nieve que hace tiempo que no se dan, y nos insiste en la dureza del clima y de las condiciones en las que trabajaban y vivían. Fue una época para él muy dura: “llorábamos de frío”. En La Cumbre, se quedaban en cuevas, y si no pasaban la noche allí, iban y venían todos los días caminando, llevando con ellos dos quesitos de sus cabras o el suero de la leche para criar el cochino de la familia. “Sin mula”, nos aclara, “los últimos años compré la mula y pasé mucho trabajando para poder pagarla”. Nos cuenta en varias ocasiones cómo ha cambiado la vida, el clima, las condiciones de trabajo y la manera de estar con las cabras en el monte y elaborar los productos. “Hoy no se cuidan ni se apastan las cabras como antes, ya no llueve como antes, hoy estamos en otro mundo comparado con el mundo que yo viví.”
Máximo tardaba en llegar a La Cumbre desde su casa entre dos horas y media y tres horas caminando, dependiendo si no llevaba carga. Por ejemplo, el camino se hacía más largo y pesado si llevaba un galón de entre 8 y 16 litros de agua. Arriba, las cabras bebían en algunas fuentes, pero tenían que subir agua para asegurar el bienestar de sus animales. Llegó a tener 71 cabras, y estuvo 19 años subiendo y bajando de La Cumbre con ellas.
De la Cabra Palmera le encanta la forma de sus cuernos, y las capas. Nos cuenta la anécdota, sonriendo, de que antiguamente no se querían cabras blancas, ya que con este color de capa se veían desde lejos y eran fácilmente avistadas por los guardas forestales y la guardia civil. Bermejas, coloradas, negras, herreras, bayas… Máximo nos enumera sus capas favoritas, las que mejor se disimulan en el campo. Él marcaba a sus cabras en las orejas, no había pateras ni crotales, el cambio en los sistemas de identificación es enorme.
Cada dos días, Máximo bajaba el queso en una tablita. Nos explica que el queso se vendía cada dos o tres meses, que tenía que estar ya curado para poder venderlo y mandarlo a Las Palmas, donde se comercializaba. Venía un comerciante de la isla que lo compraba y lo mandaba en una caja grande de madera, recuerda Máximo. “En aquella época, las cabras comían solo lo que nos daba el campo, entonces el queso se secaba de otra forma, y tenía un sabor completamente distinto, ya que las cabras al estar todos los días de pastoreo y este pasto era su única fuente de alimentación”. A veces, hacían el queso encima de una piedra, o de una laja que fuera finita y no muy pesada, otras veces se servían de una tabla de madera.
Hace unos años, prohibieron subir a La Cumbre. Ahora, al lado del Observatorio Astrofísico del Roque de Los Muchachos, hay un lugar señalado y delimitado como complejo pastoril, quizás, para recordar la labor de pastores y cabreros como Máximo en el territorio. Curiosamente, Máximo no ha llegado a conocerlo. Añora su cumbre, esa época, a pesar de lo duro que era tener las cabras allí arriba, pero era lo que le gustaba.
Recuerda sus amigos cabreros y el compañerismo que había entre ellos, cómo se ayudaban los unos a los otros. Hablamos de relevo generacional y le da pena recordar a tantos pastores de La Cumbre que rondaron los 90 años y que con ellos murió una vida y un oficio, una forma única de entender la tierra en armonía con sus cabras. Pero a pesar de todo, nos insiste Máximo, “todo, todo son buenos recuerdos”.
Me he criado con las cabras palmeras desde pequeño y tenía clarísimo tomar el relevo generacional de mi padre, siempre tuve esa chispa por la ganadería.
De La Cumbre nos vamos a la capital de la isla, a Santa Cruz de La Palma. Parte de la ciudad y del puerto se encuentran sobre el antiguo derrame de la lava de La Caldereta, que se enfrió bruscamente al romperse parte de la pared que queda hacia el noroeste, por lo que la lava llegó rápidamente al mar donde formó una colada basáltica. A 19 kilómetros de la ciudad, en esta tierra, en El Roque, tiene su rebaño y su ganadería el criador más joven de la Asociación de Criadores de Cabras de Raza Palmera: José Eduardo Rodríguez Cruz. Con un censo actual de 201 animales, inscritos todos en el libro genealógico de la raza, José Eduardo también se dedica a la elaboración de quesos artesanos con leche de cabra palmera. Madura sus quesos en cueva, y elabora varios tipos de queso: fresco, tierno, semicurado y curado, estos tres últimos ahumados.
Con 26 años, nos cuenta que siempre tuvo chispa con las cabras. Su padre tenía la ganadería que él continúa ahora, y él se crío entre cabras, echando una mano a la familia desde pequeño. Decidió iniciar la actividad ganadera con 18 años. Coincidió la crisis con el momento en el que él estaba en el instituto, no quiso seguir con los estudios y optó por continuar con el rebaño familiar. José Eduardo es una de las caras visibles del relevo generacional en la Asociación. Cumple este año ya 8 años desde que tomó las riendas de la ganadería, y toda la leche de sus cabras va para la elaboración de sus quesos artesanos.
“Me gusta mucho la Cabra Palmera porque es una cabra rústica, adaptadas a los riscos, a la orografía de nuestra isla, aquí se les llama risqueros. Creo que es una raza que está hecha para nuestra tierra, un animal fuerte, de sombra, debajo de un risco como quien dice” José Eduardo lo tiene claro, la morfología de la Cabra Palmera hace posible el pastoreo, son animales que se adaptan al medio que él les puede dar.
En cuanto al manejo de su rebaño, José Eduardo nos explica que suele tener dos parideras al año, pero que actualmente por problemas se encuentra con todo el ganado seco, sus cabras parirán pronto. “Suelo tener dos lotes siempre para así poder tener una producción continua de leche y una elaboración de quesos sin interrupción”, aunque ahora sus animales estén en el periodo seco y no los ordeñe, “las cabras siempre dan trabajo”, nos avisa sonriendo.
En la Asociación, 18 ganaderías de las 58 totales corresponden a criadores con una edad entorno a los 40 años. El relevo generacional en la ganadería, y más en sistemas con razas autóctonas en peligro de extinción, es clave. En este sentido, José Eduardo cree que es fundamental más apoyo de la administración y menos trabas con la burocracia. “Tengo 26 años y quizás me hubiera gustado más ayuda al ser autónomo, para fomentar e impulsar mi trabajo, y así poder ejercer cada día mi actividad”. Él piensa que así podría animarse más la gente joven, y servir de medida fundamental para el relevo generacional y la despoblación de los medios rurales y la continuidad del trabajo en la ganadería y en la elaboración de los quesos artesanos de La Palma. Coincide con Máximo en que es un trabajo duro, y que te tiene que gustar tanto las cabras como el día a día con ellas, ya que tienes que estar siempre con los animales.
*Fotografías de Saúl Santos
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